Yendo una vez San Francisco por el territorio de Borgo San Sepolcro, al pasar por una aldea llamada Monte Casale, se le presentó un joven muy noble y delicado, que le dijo:
Yendo una vez San Francisco por el territorio de Borgo San Sepolcro, al pasar por una aldea llamada Monte Casale, se le presentó un joven muy noble y delicado, que le dijo:
Existe un descubrimiento progresivo de la vida íntima mariana en Santa Isabel de la Trinidad. El ritmo de este descubrimiento depende de la evolución que tiene en ella el misterio de la gracia, de Cristo y de la Trinidad. En la primera fase de su vida esta relación con María se expresa en términos de amor filial, de confianza y de confidencia. Más tarde, la contempla desde el horizonte de la madurez espiritual, más concretamente desde su vocación carismática, y descubre en Ella la Alabanza de Gloria perfecta.
Sus relaciones con María trascienden entonces la esfera del pietismo, de lo devocional, y se instala en el área de la imitación, que es siempre más teológica.
Todo esto lo descubre sor Isabel no a través de teorías teológicas, sino desde el Evangelio y desde la luz de la fe. Isabel es una mujer enamorada de la Virgen fiel, de María, como criatura privilegiada de Dios que responde humanamente a ese lujo de gracias divinas.
Ella entra en comunión con Dios Trinidad por medio de María porque descubre desde la fe y el Evangelio que el marianismo conduce al teocentrismo. Es una experiencia personal que condensa en esta frase de tan gran contenido teológico: “Todo en María dice Relación a Dios”
La Virgen como alabanza de la Trinidad:
Desde esta perspectiva, sor Isabel constata, primeramente, la realidad existencial de la Virgen como Alabanza de Gloria de la Santísima Trinidad.
“Después de Jesucristo –aunque salvando la distancia que existe entre lo finito y lo infinito – hay ciertamente una criatura que fue también Alabanza de Gloria de la Santísima Trinidad”, escribe en sus últimos ejercicios espirituales.
Se trata de una vivencia única en la historia de la espiritualidad mariana. Sor Isabel justifica esta afirmación porque la Virgen es una imagen que refleja plenamente todo el ser de Dios y todas sus perfecciones divinas: “Su alma es tan sencilla y sus movimientos tan íntimos que es imposible comprenderlos. Parece reproducir en la tierra la vida del ser divino. Es también tan transparente, tan luminosa,… que produce la impresión de ser la luz misma. Sin embargo, es solamente el espejo del sol de justicia. Dios se siente glorificado al contemplar a maría como imagen finita, pero exacta, de sus perfecciones divinas”.
Desde la devoción familiar
Ella recibe esta devoción de su familia, profundamente cristiana, y la irá cultivando en su adolescencia. Ya a los 14 años decía en una poesía a la Virgen:
“Quiero vivir escondida
con tu Hijo, dulce Madre.
Mi ideal ha sido siempre
en tu Carmelo ocultarme”.
Cuando su madre terrena se sigue oponiendo a su entrada en el Carmelo, sor Isabel pedirá a María que le ayude en su vocación: “Omnipotente Reina del Cielo, condúceme cuanto antes al Carmelo […] Pedid, pedid a María, blanco lirio del Carmelo, Reina de la eternidad, que entre vosotras me acepte […] Dulce María, Lirio del Carmen, alcánzame esta gracia, ¡oh, señora! […] Le he encomendado el destino de mi vida, mi vocación”.
Llegada sor Isabel al puerto del Carmelo con una vocación mariana tan clara, tan decidida y profunda, no nos extrañará que su vida carmelitana sea como la ofrenda mariana más pura y limpia. Vivirá esta alabanza de Gloria, su vida carmelitana, en obsequio de Jesucristo, imitando a María, como pida el carisma carmelitano y teresiano.
Al recibir el hábito dirá: “La Virgen María me va a revestir con mi querida librea del Carmelo… en esa hermosa fiesta de la Inmaculada Concepción”.
Esto lo expresará muy bien por medio de sus cartas: “Le pido que me bendiga en nombre de la Santísima Trinidad, a quien estoy especialmente consagrada. Conságreme también a la Santísima Virgen; es Ella, la Inmaculada, quien me ha dado el hábito del Carmelo, y le pido que me revista con aquella vestidura de lino finísimo (Ap. 9,8) con que la esposa se adorna para asistir a la cena de las bodas del Cordero […] Quisiera pasar mi vida como la Virgen, que conservaba todas las cosas en su corazón. La Virgen me parece más imitable que cualquier santa. Su vida era tan sencilla…Con sólo mirarla me siento llena de paz; no necesito esforzarme para entrar en ese misterio de la inhabitación de Dios en la Virgen. Me parece ver realizado en Ella el ideal permanente de mi alma, que fue también el suyo: adorar a mi dios oculto”.
La Virgen inundada de Espíritu Santo:
Con este ideal, todo se tiñe de marianismo. Así vivirá el espíritu del Adviento, con el silencio y recogimiento de María, y con su cariño expectante; contempla a la Virgen inundada por el Espíritu Santo. Así vive la vida carmelitana: como una entrega total a las personas divinas.
También nos dirá que la actitud de la Virgen en los meses que transcurrieron entre la Anunciación y la Natividad debe ser el ideal de las almas interiores, de esos seres que Dios ha elegido para vivir dentro de sí, en el fondo del abismo sin fondo.
La Virgen es la adoradora del don de Dios en todos sus actos. “Esta Madre de Gracia va a modelar mi alma para que su hijita sea una imagen viva y expresiva de su Primogénito”.
Maestra en el sufrimiento:
Elocuentes son también las palabras con las que habla de la Virgen como modelo de vida interior, de oración, de sinceridad y humildad, de sufrimiento martirial, de valor y fortaleza ante la cruz: “La Virgen permanece a mi lado para enseñarme a sufrir como Él, para hacerme sentir y comprender los últimos acentos de su alma, que solamente Ella, su Madre, pudo percibir”.
Isabel va perfilando su ideal trinitario de convivencia con sus Tres como la adoración trinitaria con María. Para una alabanza de Gloria, la vida interior en clave trinitaria es mirada contemplativa y adoración silenciosa de la Trinidad presente en el alma. La Virgen del Evangelio es para sor Isabel una mujer reflexiva, pensante, replegada sobre sí misma, en actitud de escucha de la Palabra y de los acontecimientos de Dios que ella vive en la intimidad de su persona. Es su modelo de carmelita contemplativa y de todas las almas que Dios ha elegido para vivir dentro de Sí en el fondo del abismo sin fondo.
Ella nos escribe: “Si conocieras el don de Dios… Hay una creatura que conoció este don de Dios, una creatura que no perdió ni una partícula, una creatura que fue tan pura, tan luminosa que parece ser la misma luz: speculum justitiae; una creatura cuya vida fue tan sencilla, tan abstraída en Dios, que no se puede decir casi nada de Ella. Es la 'Virgo fidelis': Es la virgen fiel, 'la que guardaba todas las cosas en su corazón' (Lc 2, 19.51). Ella se mantenía tan pequeña, tan recogida delante de Dios en el secreto del templo, que atraía las complacencias de la Santa Trinidad: "Porque ha mirado la bajeza de su sierva, en adelante todas las generaciones me llamarán bienaventurada!" (Lc 1, 48)".
"El Padre, inclinándose hacia esta criatura tan bella, tan ignorante de su belleza, quiso que ella fuese la madre en el tiempo de Aquel de quien Él es el Padre en la eternidad. Entonces, el Espíritu de amor, que preside todas las obras de Dios, sobrevino. La Virgen dijo su fiat: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38), y tuvo lugar el más grande de los misterios. Y por la bajada del Verbo ella, María fue para siempre presa de Dios".
"Me parece que la actitud de la Virgen durante los meses transcurridos entre la anunciación y el Nacimiento es el modelo de las almas interiores; de esos seres que Dios ha escogido para vivir dentro de sí, en el fondo del abismo sin fondo. ¡Con qué paz, con qué recogimiento María se sometía y se prestaba a todas las cosas! ¡Cómo, aun las más vulgares, eran divinizadas por Ella! Porque a través de todo, la Virgen no dejaba de ser la adoradora del don de Dios. Esto no le impedía entregarse a las cosas de fuera cuando se trataba de ejercitar la caridad. El Evangelio nos dice que María subió con toda diligencia a la montaña de Judea para ir a casa de Isabel (Lc 1, 39-40). Jamás la visión inefable que Ella contemplaba en sí misma disminuyó su caridad exterior..."
(El cielo en la fe, 39-40. Obras Completas, EDE, pp. 116-117).
Contempla al Señor que ante ti cuelga del madero, porque ha sido obediente hasta la muerte de cruz. Él vino al mundo no para hacer su voluntad, sino la del Padre. Si quieres ser la esposa del Crucificado, debes renunciar totalmente a tu voluntad y no tener más aspiración que la de cumplir la voluntad de Dios. Frente a ti el Redentor pende de la cruz despojado y desnudo, porque ha escogido la pobreza. Quien quiera seguirlo debe renunciar a toda posesión terrena.
Ponte delante del Señor que cuelga de la cruz, con corazón quebrantado; él ha vertido la sangre de su corazón con el fin de ganar el tuyo. Para poder imitarle en la santa castidad, tu corazón ha de vivir libre de toda aspiración terrena; Jesús crucificado debe ser el objeto de toda tu tendencia, de todo tu deseo, de todo tu pensamiento. El mundo está en llamas: el incendio podría también propagarse a nuestra casa, pero por encima de todas las llamas se alza la cruz, incombustible.
La cruz es el camino que conduce de la tierra al cielo. Quien se abraza a ella con fe, amor y esperanza se siente transportado a lo alto, hasta el seno de la Trinidad. El mundo está en llamas: ¿deseas apagarlas? Contempla la cruz: del corazón abierto brota la sangre del Redentor, sangre capaz de extinguir las mismas llamas del infierno. Mediante la fiel observancia de los votos, mantén tu corazón libre y abierto; entonces rebosarán sobre él los torrentes del amor divino, haciéndolo desbordar fecundamente hasta los confines de la tierra.
Gracias al poder de la cruz puedes estar presente en todos los lugares del dolor adonde te lleve tu caridad compasiva, una caridad que dimana del Corazón divino y que te hace capaz de derramar en todas partes su preciosísima sangre para mitigar, salvar y redimir. El Crucificado clava en ti los ojos interrogándote, interpelándote. ¿Quieres volver a pactar en serio con él la alianza? ¿Cuál será tu respuesta? Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. ¡Salve, cruz, única esperanza!
De los escritos espirituales de santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein Werke, II. Band, Verborgenes Leben [Vida escondida], FreiburgBaselWien 1987, S. 124126)
He hallado mi cielo en la tierra pues el cielo es Dios y Dios está en mi alma. EP (Carta) 110.
El contemplativo es un ser que vive bajo el resplandor de la faz de Cristo, que penetra en el misterio de Dios impulsado no por la luz que proyecta el pensamiento humano sino por la claridad que produce la palabra del Verbo encarnado. EP 137
Creo que si Él me ha amado tan apasionadamente y me ha hecho tantos favores es por verme tan débil. EP 49.
Mi ideal consiste en ser la Alabanza de su gloria. EP 232. ¿Qué importa estar en el cielo o en la tierra? Vivamos en el amor para glorificar al Amor. Cuanto más cerca se vive de Dios más se ama. EP 53.
Las almas penetran en Dios mediante la fe viva y allí, simplificadas y en paz, El las conduce por encima de las cosas y gustos sensibles hasta la tiniebla sagrada quedando transformadas en imagen de Dios. Esas almas viven, según la expresión de San Juan, en sociedad (Jn. 1,3) con las Tres adorables Personas, en comunión de vida. En esto consiste la vida contemplativa.
Es una contemplación que conduce a la posesión. Ahora bien, esta posesión simple es la vida eterna disfrutada en el abismo sin fondo. Es allí, donde por encima de la razón, nos espera el profundo reposo de la inmutabilidad divina. (Tratados Espirituales, día 4to del Manuscrito “A”)
Las rejas no existirán nunca para nuestros corazones… en el Carmelo el corazón se dilata y su amor es aún más intenso. EP 81. Mirad, en el Carmelo el corazón se dilata y sabe amar mejor. EP 82
Para vencer el orgullo: matarlo de hambre. Mira, el orgullo es amor propio. Pues bien; el amor de Dios debe ser tan fuerte que anule por completo nuestro amor propio. EP 276
¡Oh muerte! Yo misma te llamaría a gritos si no tuviese la esperanza de sufrir y hacer algún bien en la tierra. Yo he hallado mi cielo en la tierra en mi querida soledad del Carmelo, donde vivo a solas con Dios solo. Todo lo hago con Él. Por eso realizo las cosas con alegría divina. Que barra, trabaje o haga oración, todo me resulta encantador y delicioso porque descubro a mi divino Maestro en todas partes. EP 83
Me parece que mi misión en el cielo consistirá en atraer las almas al recogimiento interior. La auténtica unión divina no está en las dulzuras espirituales sino en el desprendimiento y en el dolor. La Virgen me parece más imitable que cualquier santa. Su vida era tan sencilla…
Cuando se ama, se desea el bien para la persona amada. Presiento que mi misión en el cielo consistirá en atraer las almas, ayudándoles a salir de ellas mismas, para unirse al Señor a través de un movimiento sencillo y amoroso, y conservarlas en ese gran silencio interior que permite a Dios imprimirse en ellas, transformarlas en Él mismo. EP 295
Vivamos de amor para morir de amor y para glorificar a Dios que es Amor. EP 295.
Todo depende de la intención que se tenga. Podemos santificar hasta las cosas más pequeñas y transformar en divinos los actos más ordinarios de la vida. EP 275
¡Amar! Es tan sencillo… Es entregarse a los designios de su voluntad divina como Él se entregó a la voluntad del Padre. Es permanecer en Él porque el corazón del que ama ya no vive en sí sino en Aquel que es el objeto de su amor. Es sufrir por Él, aceptando alegremente todos los sacrificios e inmolaciones que nos permiten agradar a su Corazón. EP 257
No nos purificaremos considerando nuestra miseria sino contemplando a Aquel que es la pureza y la santidad. San Pablo dice que: el Señor nos ha destinado a ser semejanza de la imagen de su Hijo (Rm 8,29). En los momentos más angustiosos, piense que el Artista divino se sirve del cincel para embellecer más su obra y permanezca en paz bajo la mano que la está labrando. EP 228.
Cuando te aconsejo la oración, no se trata de imponerse una cantidad de oraciones vocales para rezarlas diariamente. Hablo, más bien, de esa elevación del alma a Dios a través de todas las cosas que nos constituye en una especie de comunión ininterrumpida con la Santísima Trinidad, obrando con sencillez a la luz de su mirada. EP 202.
Creo que nada refleja mejor el amor del Corazón de Dios que la Eucaristía. Es la unión, la comunión, es Él en nosotros, nosotros en Él. Y ¿no es esto el cielo en la tierra? EP 165
Yendo una vez San Francisco por el territorio de Borgo San Sepolcro, al pasar por una aldea llamada Monte Casale, se le presentó un joven ...