CÓMO SAN FRANCISCO CONVIRTIÓ A TRES LADRONES HOMICIDAS

 


Yendo una vez San Francisco por el territorio de Borgo San Sepolcro, al pasar por una aldea llamada Monte Casale, se le presentó un joven muy noble y delicado, que le dijo:

-- Padre, me gustaría mucho ser de vuestra fraternidad.
-- Hijo -le respondió San Francisco-, tú eres joven, delicado y noble; se te va a hacer duro sobrellevar la pobreza y austeridad de nuestra vida.
-- Padre, ¿no sois vosotros hombres como yo? -repuso él-. Lo mismo que vosotros la sobrelleváis, la podré sobrellevar también yo con la gracia de Cristo.
Agradó mucho a San Francisco esta respuesta; por lo que, bendiciéndolo, lo recibió, sin más, en la Orden y le puso por nombre hermano Ángel. Este joven se portó tan a satisfacción, que, al poco tiempo, San Francisco lo hizo guardián del convento del mismo Monte Casale.
Por aquel tiempo merodeaban por aquellos parajes tres famosos ladrones, que perpetraban muchos males en toda la comarca. Un día fueron al eremitorio de los hermanos y pidieron al guardián, el hermano Ángel, que les diera de comer. El guardián les reprochó ásperamente:
-- ¿No tenéis vergüenza, ladrones y asesinos sin entrañas, que, no contentos con robarles a los demás el fruto de sus fatigas, tenéis cara, además, insolentes, para venir a devorar las limosnas que son enviadas a los servidores de Dios? No merecéis que os sostenga la tierra, puesto que no tenéis respeto alguno ni a los hombres ni a Dios que os creó. ¡Fuera de aquí, id a lo vuestro y que no vuelva a veros aquí!
Ellos lo llevaron muy a mal y se marcharon enojados.
En esto regresó San Francisco de fuera con la alforja del pan y con un recipiente de vino que habían mendigado él y su compañero. El guardián le refirió cómo había despedido a aquella gente. Al oírle, San Francisco le reprendió fuertemente, diciéndole que se había portado cruelmente, porque mejor se conduce a los pecadores a Dios con dulzura que con duros reproches; que Cristo, nuestro Maestro, cuyo Evangelio hemos prometido observar, dice que no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos, y que Él no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a penitencia (Mt 9,12s); y por esto Él comía muchas veces con ellos.
-- Por lo tanto -terminó-, ya que has obrado contra la caridad y contra el santo Evangelio, te mando, por santa obediencia, que, sin tardar, tomes esta alforja de pan que yo he mendigado y esta orza de vino y vayas buscándolos por montes y valles hasta dar con ellos; y les ofrecerás de mi parte todo este pan y este vino. Después te pondrás de rodillas ante ellos y confesarás humildemente tu culpa y tu dureza. Finalmente, les rogarás de mi parte que no hagan ningún daño en adelante, que teman a Dios y no ofendan al prójimo; y les dirás que, si lo hacen así, yo me comprometo a proveerles de lo que necesiten y a darles siempre de comer y de beber. Una vez que les hayas dicho esto con toda humildad, vuelve aquí.
Mientras el guardián iba a cumplir el mandato, San Francisco se puso en oración, pidiendo a Dios que ablandase los corazones de los ladrones y los convirtiese a penitencia.
Llegó el obediente guardián a donde estaban ellos, les ofreció el pan y el vino e hizo y dijo lo que San Francisco le había ordenado. Y plugo a Dios que, mientras comían la limosna de San Francisco, comenzaran a decir entre sí:
-- ¡Ay de nosotros, miserables desventurados! ¡Qué duras penas nos esperan en el infierno a nosotros, que no sólo andamos robando, maltratando, hiriendo, sino también dando muerte a nuestro prójimo; y, en medio de tantas maldades y crímenes, no tenemos remordimiento alguno de conciencia ni temor de Dios! En cambio, este santo hermano ha venido a buscarnos por unas palabras que nos dijo justamente reprochando nuestra maldad, se ha acusado de ello con humildad, y, encima de esto, nos ha traído el pan y el vino, junto con una promesa tan generosa del Padre santo. Estos sí que son siervos de Dios merecedores del paraíso, pero nosotros somos hijos de la eterna perdición, merecedores de las penas del infierno; cada día agravamos nuestra perdición, y no sabemos si podremos hallar misericordia ante Dios por los pecados que hasta ahora hemos cometido.
Estas y parecidas palabras decía uno de ellos; a lo que añadieron los otros dos:
-- Es mucha verdad lo que dices; pero ¿qué es lo que tenemos que hacer?
-- Vamos a estar con San Francisco -dijo el primero-, y, si él nos da esperanza de que podemos hallar misericordia ante Dios por nuestros pecados, haremos lo que nos mande; así podremos librar nuestras almas de las penas del infierno.
Pareció bien a los otros este consejo, y todos tres, de común acuerdo, marcharon apresuradamente a San Francisco y le hablaron así:
-- Padre, nosotros hemos cometido muchos y abominables pecados; no creemos poder hallar misericordia ante Dios; pero, si tú tienes alguna esperanza de que Dios nos admita a misericordia, aquí nos tienes, prontos a hacer lo que tú nos digas y a vivir contigo en penitencia.
San Francisco los recibió con caridad y bondad, los animó con muchos ejemplos, les aseguró de la misericordia de Dios y les prometió con certeza que se la obtendría de Dios, haciéndoles ver cómo la misericordia de Dios es infinita. Y concluyó:
-- Aunque hubiéramos cometido infinitos pecados, todavía es más grande la misericordia de Dios; según el Evangelio y el apóstol San Pablo, Cristo bendito ha venido a la tierra para rescatar a los pecadores.
Movidos de estas palabras y parecidas enseñanzas, los tres ladrones renunciaron al demonio y a sus obras; San Francisco los recibió en la Orden y comenzaron a hacer gran penitencia. Dos de ellos vivieron poco tiempo después de su conversión y se fueron al paraíso. Pero el tercero sobrevivió, y, recordando sin cesar sus pecados, se dio a tal vida de penitencia, que por quince años seguidos, fuera de las cuaresmas comunes, en que se acomodaba a los demás hermanos, en los demás tiempos estuvo ayunando tres días a la semana a pan y agua; andaba siempre descalzo, vestido de una sola túnica; nunca se acostaba después de los maitines.
En alabanza de Cristo bendito. Amén.
(Florecillas de San Francisco)

CONSEJOS DE SAN ESTEBAN DE HUNGRÍA A SU HIJO



En primer lugar, te ordeno, te aconsejo, te recomiendo, hijo amadísimo, si deseas honrar la corona real, que conserves la fe católica y apostólica con tal diligencia y desvelo que sirvas de ejemplo a todos los súbditos que Dios te ha dado, y que todos los varones eclesiásticos puedan con razón llamarte hombre de auténtica vida cristiana, sin la cual ten por cierto que no mereces el nombre de cristiano o de hijo de la Iglesia. En el palacio real, después de la fe ocupa el segundo lugar la Iglesia, plantada primero por Cristo, nuestra cabeza, transplantada luego y firmemente edificada por sus miembros, los apóstoles y los santos padres, y difundida por todo el orbe. Y, aunque continuamente engendra nuevos hijos, en ciertos lugares ya es considerada como antigua.
En nuestro reino, hijo amadísimo, debe considerarse aún joven y reciente, y, por esto, necesita una especial vigilancia y protección; que este don, que la divina clemencia nos ha concedido sin merecerlo, no llegue a ser destruido o aniquilado por tu desidia, por tu pereza o por tu negligencia.
Hijo mío amantísimo, dulzura de mi corazón, esperanza de una descendencia futura, te ruego, te mando que siempre y en toda ocasión, apoyado en tus buenos sentimientos, seas benigno no sólo con los hombres de alcurnia o con los jefes, los ricos y los del país, sino también con los extranjeros y con todos los que recurran a ti. Porque el fruto de esta benignidad será la máxima felicidad para ti. Sé compasivo con todos los que sufren injustamente, recordando siempre en lo íntimo del corazón aquella máxima del Señor: Misericordia quiero y no sacrificios. Sé paciente con todos, con los poderosos y con los que no lo son.
Sé, finalmente, fuerte; que no te ensoberbezca la prosperidad ni te desanime la adversidad. Sé también humilde, para que Dios te ensalce, ahora y en el futuro. Sé moderado, y no te excedas en el castigo o la condena. Sé manso, sin oponerte nunca a la justicia. Sé honesto, de manera que nunca seas para nadie, voluntariamente, motivo de vergüenza. Sé púdico, evitando la pestilencia de la liviandad como un aguijón de muerte.
Todas estas cosas que te he indicado someramente son las que componen la corona real; sin ellas nadie es capaz de reinar en este mundo ni de llegar al reino eterno.

 

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE MARÍA


Todo es recuerdo en el amor, y el alma
mira lejanamente lo que sueña
y ve en suprema libertad el aire
que acompaña tu cuerpo y que lo eleva.

A través del amor, Virgen María,
mi corazón contempla,
con un suelo de alondras a tus plantas,
el diminuto mar de Galilea.

A través del amor, tu pie camina
y se va levantando de la tierra
sin esfuerzo mortal, Virgen del Céfiro,
Señora del Rocío, Madre nuestra.

Tú que surcas el aire y eres aire
y eres gloriosamente transparencia,
vuelve hacia mí, Señora,
un poco tu hermosura, y que la vea
mi corazón silente
a través del amor con vista trémula.

Enlaza los sarmientos de mis brazos
en tu misericordia, y mi tiniebla
cubre con tu mirada,
y tenme en tu regazo la cabeza.

Todo es recuerdo en el amor, y ahora
estoy como mirándote de veras...

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Himno del Oficio de Lecturas)
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R/. ¡Qué hermosa y bella es la Virgen María, que emigró de este mundo para ir hacia Cristo! Resplandece entre los coros de los santos como el sol cuando brilla en el cielo con todo su resplandor.
V/. Los ángeles se alegran, los arcángeles se regocijan, al contemplar la gloria inmensa de la Virgen María.
R/. Resplandece entre los coros de los santos como el sol cuando brilla en el cielo con todo su resplandor.

Lectura Patrística
Tu cuerpo es santo y sobremanera glorioso
Pío XII, papa
De la constitución apostólica Munificentíssimus Deus (ASS 42[1950], 760-762.767-769)
Los santos Padres y grandes doctores, en las homilías y disertaciones dirigidas al pueblo en la fiesta de la Asunción de la Madre de Dios, hablan de este hecho como de algo ya conocido y aceptado por los fieles y lo explican con toda precisión, procurando, sobre todo, hacerles comprender que lo que se conmemora en esta festividad es no sólo el hecho de que el cuerpo sin vida de la Virgen María no estuvo sujeto a la corrupción, sino también su triunfo sobre la muerte y su glorificación en el cielo, a imitación de su Hijo único Jesucristo.
Y, así, san Juan Damasceno, el más ilustre transmisor de esta tradición, comparando la asunción de la santa Madre de Dios con sus demás dotes y privilegios, afirma, con elocuencia vehemente:
«Convenía que aquella que en el parto había conservado intacta su virginidad conservara su cuerpo también después de la muerte libre de la corruptibilidad. Convenía que aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que la esposa que el Padre había desposado habitara en el tálamo celestial. Convenía que aquella que había visto a su Hijo en la cruz y cuya alma había sido atravesada por la espada del dolor, del que se había visto libre en el momento del parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por toda criatura como Madre y esclava de Dios».
Según el punto de vista de san Germán de Constantinopla, el cuerpo de la Virgen María, la Madre de Dios, se mantuvo incorrupto y fue llevado al cielo, porque así lo pedía no sólo el hecho de su maternidad divina, sino también la peculiar santidad de su cuerpo virginal:
«Tú, según está escrito, te muestras con belleza; y tu cuerpo virginal es todo él santo, todo él casto, todo él morada de Dios, todo lo cual hace que esté exento de disolverse y convertirse en polvo, y que, sin perder su condición humana, sea transformado en cuerpo celestial incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso, incólume y partícipe de la vida perfecta».
Otro antiquísimo escritor afirma:
«La gloriosísima Madre de Cristo, nuestro Dios y salvador, dador de la vida y de la inmortalidad, por él es vivificada, con un cuerpo semejante al suyo en la incorruptibilidad, ya que él la hizo salir del sepulcro y la elevó hacia sí mismo, del modo que él solo conoce».
Todos estos argumentos y consideraciones de los santos Padres se apoyan, como en su último fundamento, en la sagrada Escritura; ella, en efecto, nos hace ver a la santa Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo divino y solidaria siempre de su destino.
Y, sobre todo, hay que tener en cuenta que, ya desde el siglo segundo, los santos Padres presentan a la Virgen María como la nueva Eva asociada al nuevo Adán, íntimamente unida a él, aunque de modo subordinado, en la lucha contra el enemigo infernal, lucha que, como se anuncia en el protoevangelio, había de desembocar en una victoria absoluta sobre el pecado y la muerte, dos realidades inseparables en los escritos del Apóstol de los gentiles. Por lo cual, así como la gloriosa resurrección de Cristo fue la parte esencial y el último trofeo de esta victoria, así también la participación que tuvo la santísima Virgen en esta lucha de su Hijo había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal, ya que, como dice el mismo Apóstol: Cuando esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: «La muerte ha sido absorbida en la victoria».
Por todo ello, la augusta Madre de Dios, unida a Jesucristo de modo arcano, desde toda la eternidad, por un mismo y único decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, virgen integérrima en su divina maternidad, asociada generosamente a la obra del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, alcanzó finalmente, como suprema coronación de todos sus privilegios, el ser preservada inmune de la corrupción del sepulcro y, a imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, para resplandecer allí como reina a la derecha de su Hijo, el rey inmortal de los siglos.
R/. Éste es el día glorioso en que la Virgen Madre de Dios subió a los cielos; todos la aclamamos, tributándole nuestras alabanzas: Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre.
V/. Dichosa eres, santa Virgen María, y digna de toda alabanza: de ti salió el Sol de justicia, Cristo, nuestro Señor.
R/. Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre.

Oremos:

Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, te rogamos, que, aspirando siempre a las realidades divinas, lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

LA VIRGEN MARÍA EN SANTA ISABEL DE LA TRINIDAD


Existe un descubrimiento progresivo de la vida íntima mariana en Santa Isabel de la Trinidad. El ritmo de este descubrimiento depende de la evolución que tiene en ella el misterio de la gracia, de Cristo y de la Trinidad. En la primera fase de su vida esta relación con María se expresa en términos de amor filial, de confianza y de confidencia. Más tarde, la contempla desde el horizonte de la madurez espiritual, más concretamente desde su vocación carismática, y descubre en Ella la Alabanza de Gloria perfecta.

Sus relaciones con María trascienden entonces la esfera del pietismo, de lo devocional, y se instala en el área de la imitación, que es siempre más teológica.

Todo esto lo descubre sor Isabel no a través de teorías teológicas, sino desde el Evangelio y desde la luz de la fe. Isabel es una mujer enamorada de la Virgen fiel, de María, como criatura privilegiada de Dios que responde humanamente a ese lujo de gracias divinas.

Ella entra en comunión con Dios Trinidad por medio de María porque descubre desde la fe y el Evangelio que el marianismo conduce al teocentrismo. Es una experiencia personal que condensa en esta frase de tan gran contenido teológico: “Todo en María dice Relación a Dios” 


La Virgen como alabanza de la Trinidad:

Desde esta perspectiva, sor Isabel constata, primeramente, la realidad existencial de la Virgen como Alabanza de Gloria de la Santísima Trinidad.


“Después de Jesucristo –aunque salvando la distancia que existe entre lo finito y lo infinito – hay ciertamente una criatura que fue también Alabanza de Gloria de la Santísima Trinidad”, escribe en sus últimos ejercicios espirituales. 

Se trata de una vivencia única en la historia de la espiritualidad mariana. Sor Isabel justifica esta afirmación porque la Virgen es una imagen que refleja plenamente todo el ser de Dios y todas sus perfecciones divinas: “Su alma es tan sencilla y sus movimientos tan íntimos que es imposible comprenderlos. Parece reproducir en la tierra la vida del ser divino. Es también tan transparente, tan luminosa,… que produce la impresión de ser la luz misma. Sin embargo, es solamente el espejo del sol de justicia. Dios se siente glorificado al contemplar a maría como imagen finita, pero exacta, de sus perfecciones divinas”. 

Desde la devoción familiar

Ella recibe esta devoción de su familia, profundamente cristiana, y la irá cultivando en su adolescencia. Ya a los 14 años decía en una poesía a la Virgen: 

“Quiero vivir escondida

con tu Hijo, dulce Madre. 

Mi ideal ha sido siempre 

en tu Carmelo ocultarme”. 

Cuando su madre terrena se sigue oponiendo a su entrada en el Carmelo, sor Isabel pedirá a María que le ayude en su vocación: “Omnipotente Reina del Cielo, condúceme cuanto antes al Carmelo […] Pedid, pedid a María, blanco lirio del Carmelo, Reina de la eternidad, que entre vosotras me acepte […] Dulce María, Lirio del Carmen, alcánzame esta gracia, ¡oh, señora! […] Le he encomendado el destino de mi vida, mi vocación”.

Llegada sor Isabel al puerto del Carmelo con una vocación mariana tan clara, tan decidida y profunda, no nos extrañará que su vida carmelitana sea como la ofrenda mariana más pura y limpia. Vivirá esta alabanza de Gloria, su vida carmelitana, en obsequio de Jesucristo, imitando a María, como pida el carisma carmelitano y teresiano. 

Al recibir el hábito dirá: “La Virgen María me va a revestir con mi querida librea del Carmelo… en esa hermosa fiesta de la Inmaculada Concepción”.

Esto lo expresará muy bien por medio de sus cartas: “Le pido que me bendiga en nombre de la Santísima Trinidad, a quien estoy especialmente consagrada. Conságreme también a la Santísima Virgen; es Ella, la Inmaculada, quien me ha dado el hábito del Carmelo, y le pido que me revista con aquella vestidura de lino finísimo (Ap. 9,8) con que la esposa se adorna para asistir a la cena de las bodas del Cordero […] Quisiera pasar mi vida como la Virgen, que conservaba todas las cosas en su corazón. La Virgen me parece más imitable que cualquier santa. Su vida era tan sencilla…Con sólo mirarla me siento llena de paz; no necesito esforzarme para entrar en ese misterio de la inhabitación de Dios en la Virgen. Me parece ver realizado en Ella el ideal permanente de mi alma, que fue también el suyo: adorar a mi dios oculto”.



La Virgen inundada de Espíritu Santo:

Con este ideal, todo se tiñe de marianismo. Así vivirá el espíritu del Adviento, con el silencio y recogimiento de María, y con su cariño expectante; contempla a la Virgen inundada por el Espíritu Santo. Así vive la vida carmelitana: como una entrega total a las personas divinas. 

También nos dirá que la actitud de la Virgen en los meses que transcurrieron entre la Anunciación y la Natividad debe ser el ideal de las almas interiores, de esos seres que Dios ha elegido para vivir dentro de sí, en el fondo del abismo sin fondo.

La Virgen es la adoradora del don de Dios en todos sus actos. “Esta Madre de Gracia va a modelar mi alma para que su hijita sea una imagen viva y expresiva de su Primogénito”. 

Maestra en el sufrimiento:

Elocuentes son también las palabras con las que habla de la Virgen como modelo de vida interior, de oración, de sinceridad y humildad, de sufrimiento martirial, de valor y fortaleza ante la cruz: “La Virgen permanece a mi lado para enseñarme a sufrir como Él, para hacerme sentir y comprender los últimos acentos de su alma, que solamente Ella, su Madre, pudo percibir”.



Isabel va perfilando su ideal trinitario de convivencia con sus Tres como la adoración trinitaria con María. Para una alabanza de Gloria, la vida interior en clave trinitaria es mirada contemplativa y adoración silenciosa de la Trinidad presente en el alma. La Virgen del Evangelio es para sor Isabel una mujer reflexiva, pensante, replegada sobre sí misma, en actitud de escucha de la Palabra y de los acontecimientos de Dios que ella vive en la intimidad de su persona. Es su modelo de carmelita contemplativa y de todas las almas que Dios ha elegido para vivir dentro de Sí en el fondo del abismo sin fondo.

Ella nos escribe: “Si conocieras el don de Dios… Hay una creatura que conoció este don de Dios, una creatura que no perdió ni una partícula, una creatura que fue tan pura, tan luminosa que parece ser la misma luz: speculum justitiae; una creatura cuya vida fue tan sencilla, tan abstraída en Dios, que no se puede decir casi nada de Ella. Es la 'Virgo fidelis': Es la virgen fiel, 'la que guardaba todas las cosas en su corazón' (Lc 2, 19.51). Ella se mantenía tan pequeña, tan recogida delante de Dios en el secreto del templo, que atraía las complacencias de la Santa Trinidad: "Porque ha mirado la bajeza de su sierva, en adelante todas las generaciones me llamarán bienaventurada!" (Lc 1, 48)". 

"El Padre, inclinándose hacia esta criatura tan bella, tan ignorante de su belleza, quiso que ella fuese la madre en el tiempo de Aquel de quien Él es el Padre en la eternidad. Entonces, el Espíritu de amor, que preside todas las obras de Dios, sobrevino. La Virgen dijo su fiat: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38), y tuvo lugar el más grande de los misterios. Y por la bajada del Verbo ella, María fue para siempre presa de Dios".


"Me parece que la actitud de la Virgen durante los meses transcurridos entre la anunciación y el Nacimiento es el modelo de las almas interiores; de esos seres que Dios ha escogido para vivir dentro de sí, en el fondo del abismo sin fondo. ¡Con qué paz, con qué recogimiento María se sometía y se prestaba a todas las cosas! ¡Cómo, aun las más vulgares, eran divinizadas por Ella! Porque a través de todo, la Virgen no dejaba de ser la adoradora del don de Dios. Esto no le impedía entregarse a las cosas de fuera cuando se trataba de ejercitar la caridad. El Evangelio nos dice que María subió con toda diligencia a la montaña de Judea para ir a casa de Isabel (Lc 1, 39-40). Jamás la visión inefable que Ella contemplaba en sí misma disminuyó su caridad exterior..." 

(El cielo en la fe, 39-40. Obras Completas, EDE, pp. 116-117).

EL IDEAL DE LA VIDA APOSTÓLICA ES LA SALVACIÓN Y SANTIFICACIÓN DE LAS ALMAS

 


Me llena de gozo, querido hermano, el celo que te anima en la propagación de la gloria de Dios. En la actualidad se da una gravísima epidemia de indiferencia, que afecta, aunque de modo diverso, no solo a los laicos, sino también a los religiosos. Con todo, Dios es digno de una gloria infinita. Siendo nosotros pobres criaturas limitadas y, por tanto, incapaces de rendirle la gloria que él merece, esforcémonos, al menos, por contribuir, en cuanto podamos, a rendirle la mayor gloria posible.
La gloria de Dios consiste en la salvación de las almas, que Cristo ha redimido con el alto precio de su muerte en la cruz. La salvación y la santificación más perfecta del mayor número de almas debe ser el ideal más sublime de nuestra vida apostólica.
Cuál sea el mejor camino para rendir a Dios la mayor gloria posible y llevar a la santidad más perfecta el mayor número de almas, Dios mismo lo conoce mejor que nosotros, porque él es omnisciente e infinitamente sabio. Él, y solo él, Dios omnisciente, sabe lo que debemos hacer en cada momento para rendirle la mayor gloria posible. Y ¿cómo nos manifiesta Dios su propia voluntad? Por medio de sus representantes en la tierra.
La obediencia, y solo la santa obediencia, nos manifiesta con certeza la voluntad de Dios. Los superiores pueden equivocarse, pero nosotros obedeciendo no nos equivocamos nunca. Se da una excepción: cuando el superior manda algo que, con toda claridad y sin ninguna duda, es pecado, aunque este sea insignificante; porque, en este caso, el superior no sería el representante de Dios.
Dios, y solamente Dios infinito, infalible, santísimo y clemente, es nuestro Señor, nuestro Creador y Padre, principio y fin, sabiduría, poder y amor: todo. Todo lo que no sea él vale en tanto en cuanto se refiere a él, creador de todo, redentor de todos los hombres y fin último de toda la creación. Es él quien, por medio de sus representantes aquí en la tierra, nos revela su admirable voluntad, nos atrae hacia sí, y quiere, por medio nuestro, atraer el mayor número posible de almas y unirlas a sí del modo más íntimo y personal.
Querido hermano, piensa qué grande es la dignidad de nuestra condición por la misericordia de Dios. Por medio de la obediencia, nosotros nos alzamos por encima de nuestra pequeñez y podemos obrar conforme a la voluntad de Dios. Más aún: adhiriéndonos así a la divina voluntad, a la que no puede resistir ninguna criatura, nos hacemos más fuertes que todas ellas. Esta es nuestra grandeza; y no es todo: por medio de la obediencia, nos convertimos en infinitamente poderosos.
Este, y solo este, es el camino de la sabiduría y de la prudencia, y el modo de rendir a Dios la mayor gloria posible. Si existiese un camino distinto y mejor, Jesús nos lo hubiera indicado con sus palabras y su ejemplo. Los treinta años de su vida escondida son descritos así por la Sagrada Escritura: “Y siguió bajo su autoridad”. Igualmente, por lo que se refiere al resto de la vida toda de Jesús, leemos, con frecuencia, en la misma Sagrada Escritura, que él había venido a la tierra para cumplir la voluntad del Padre.
Amemos sin límites a nuestro buen Padre: amor que se demuestra a través de la obediencia y se ejercita, sobre todo, cuando nos pide el sacrificio de la propia voluntad. El libro más bello y auténtico donde se puede aprender y profundizar este amor es el Crucifijo. Y esto lo obtendremos mucho más fácilmente de Dios por medio de la Inmaculada, porque a ella ha confiado Dios toda la economía de la misericordia.
La voluntad de María, no hay duda alguna, es la voluntad del mismo Dios. Nosotros, por tanto, consagrándonos a ella, somos también, como ella, en las manos de Dios, instrumentos de su divina misericordia. Dejémonos guiar por María; dejémonos llevar por ella y estemos, bajo su dirección, tranquilos y seguros: ella se ocupará de todo y proveerá a todas nuestras necesidades, tanto del alma como del cuerpo; ella misma removerá las dificultades y angustias nuestras.
-San Maximiliano María Kolbe, presbítero y mártir-


ES FUERTE EL AMOR COMO LA MUERTE

 


Françoise-Madeleine de Chaugy
De las Memorias escritas por la secretaria de santa Juana Francisca (Memoires sur la vie et les vertus de sainte Jeanne-Françoise de Chantal, III, 3: 3ª ed, París 1853, pp 306-307)
Cierto día, la bienaventurada Juana dijo estas encendidas palabras, que fueron en seguida recogidas fielmente:
«Hijas queridísimas, muchos de nuestros santos Padres columnas de la Iglesia no sufrieron el martirio; ¿por qué creéis que ocurrió esto?»
Después de haber respondido una por una, la bienaventurada madre dijo:
«Pues yo creo que esto es debido a que hay otro martirio , el del amor, con el cual Dios, manteniendo la vida de sus siervos y siervas, para que sigan trabajando por su gloria, los hace, al mismo tiempo, mártires y confesores. Creo que a las Hijas de la Visitación se les asigna este martirio, y algunas de ellas, si Dios así lo dispone, lo conseguirán si lo desean ardientemente.»
Una hermana preguntó cómo se realizaba dicho martirio. Juana contestó:
«Sed totalmente fieles a Dios, y lo experimentaréis. El amor divino hunde su espada en los reductos más secretos e íntimos de nuestras almas, y llega hasta separarnos de nosotros mismos. Conocí a un alma a quien el amor separó de todo lo que le agradaba, como si un tajo, dado por la espada del tirano, hubiera separado su espíritu de su cuerpo.»
Nos dimos cuenta de que estaba hablando de sí misma. Al preguntarle otra hermana sobre la duración de este martirio, dijo:
«Desde el momento en que nos entregamos a Dios sin reservas hasta el fin de la vida. Pero esto lo hace Dios sólo con los corazones magnánimos que, renunciando completamente a sí mismos, son completamente fieles al amor; a los débiles e inconstantes en el amor, no les lleva el Señor por el camino del martirio, y les deja continuar su vida mediocre, para que no se aparten de él, pues nunca violenta a la voluntad libre.»
Por último, se le preguntó, con insistencia, si este martirio de amor podría igualar al del cuerpo. Respondió la madre Juana:
«No nos preocupemos por la igualdad. De todos modos, creo que no tiene menor mérito, pues es fuerte el amor como la muerte, y los mártires de amor sufren dolores mil veces más agudos en vida, para cumplir la voluntad de Dios, que si hubieran de dar mil vidas para testimoniar su fe, su caridad y su fidelidad.»

SALVE CRUZ, ÚNICA ESPERANZA

 


«Te saludamos, cruz santa, única esperanza nuestra», así lo decimos con la Iglesia en el tiempo de Pasión, tiempo dedicado a la contemplación de los amargos sufrimientos de nuestro Señor Jesucristo. El mundo está en llamas: la lucha entre Cristo y anticristo ha comenzado abiertamente, por eso si te decides en favor de Cristo ello puede acarrearte incluso el sacrificio de la vida. 

 Contempla al Señor que ante ti cuelga del madero, porque ha sido obediente hasta la muerte de cruz. Él vino al mundo no para hacer su voluntad, sino la del Padre. Si quieres ser la esposa del Crucificado, debes renunciar totalmente a tu voluntad y no tener más aspiración que la de cumplir la voluntad de Dios. Frente a ti el Redentor pende de la cruz despojado y desnudo, porque ha escogido la pobreza. Quien quiera seguirlo debe renunciar a toda posesión terrena. 

 Ponte delante del Señor que cuelga de la cruz, con corazón quebrantado; él ha vertido la sangre de su corazón con el fin de ganar el tuyo. Para poder imitarle en la santa castidad, tu corazón ha de vivir libre de toda aspiración terrena; Jesús crucificado debe ser el objeto de toda tu tendencia, de todo tu deseo, de todo tu pensamiento. El mundo está en llamas: el incendio podría también propagarse a nuestra casa, pero por encima de todas las llamas se alza la cruz, incombustible. 

La cruz es el camino que conduce de la tierra al cielo. Quien se abraza a ella con fe, amor y esperanza se siente transportado a lo alto, hasta el seno de la Trinidad. El mundo está en llamas: ¿deseas apagarlas? Contempla la cruz: del corazón abierto brota la sangre del Redentor, sangre capaz de extinguir las mismas llamas del infierno. Mediante la fiel observancia de los votos, mantén tu corazón libre y abierto; entonces rebosarán sobre él los torrentes del amor divino, haciéndolo desbordar fecundamente hasta los confines de la tierra. 

 Gracias al poder de la cruz puedes estar presente en todos los lugares del dolor adonde te lleve tu caridad compasiva, una caridad que dimana del Corazón divino y que te hace capaz de derramar en todas partes su preciosísima sangre para mitigar, salvar y redimir. El Crucificado clava en ti los ojos interrogándote, interpelándote. ¿Quieres volver a pactar en serio con él la alianza? ¿Cuál será tu respuesta? Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. ¡Salve, cruz, única esperanza!

De los escritos espirituales de santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein Werke, II. Band, Verborgenes Leben [Vida escondida], FreiburgBaselWien 1987, S. 124126)




𝐇𝐈𝐌𝐍𝐎 𝐃𝐄 𝐋𝐀𝐔𝐃𝐄𝐒 (Transfiguración del Señor)



Transfigúrame, Señor, transfigúrame.
Quiero ser tu vidriera,
tu alta vidriera azul, morada y amarilla.
Quiero ser mi figura, sí, mi historia,
pero de ti en tu gloria traspasado.
Transfigúrame,
Señor, transfigúrame.
Mas no a mí solo,
purifica también
a todos los hijos de tu Padre
que te rezan conmigo o te rezaron,
o que acaso ni una madre tuvieron
que les guiara a balbucir el Padrenuestro.
Transfigúranos,
Señor, transfigúranos.
Si acaso no te saben, o te dudan
o te blasfeman, límpiales el rostro
como a ti la Verónica;
descórreles las densas cataratas de sus ojos,
que te vean, Señor, como te veo.
Transfigúralos,
Señor, transfigúralos.
Que todos puedan, en la misma nube
que a ti te envuelve,
despojarse del mal y revestirse
de su figura vieja y en ti transfigurada.
Y a mí, con todos ellos, transfigúrame.
Transfigúranos,
Señor, transfigúranos.

LA TRANSFIGURACÓN DEL SEÑOR ¡Qué bien se está aquí!

 

El misterio que hoy celebramos lo manifestó Jesús a sus discípulos en el monte Tabor. En efecto, después de haberles hablado, mientras iba con ellos, acerca del reino y de su segunda venida gloriosa, teniendo en cuenta que quizá no estaban muy convencidos de lo que les ha anunciado acerca del reino, y deseando infundir en sus corazones una firmísima e íntima convicción, de modo que por lo presente creyeran en lo futuro, realizó ante sus ojos aquella admirable manifestación, en el monte Tabor, como una imagen prefigurativa del reino de los cielos. Era como si les dijese: «El tiempo que ha de transcurrir antes de que se realicen mis predicciones no ha de ser motivo de que vuestra fe se debilite, y, por esto, ahora mismo, en el tiempo presente, os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar al Hijo del hombre con la gloria del Padre».
Y el evangelista, para mostrar que el poder de Cristo estaba en armonía con su voluntad, añade: Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Éstas son las maravillas de la presente solemnidad, éste es el misterio, saludable para nosotros, que ahora se ha cumplido en la montaña, ya que ahora nos reúne la muerte y, al mismo tiempo, la festividad de Cristo. Por esto, para que podamos penetrar, junto con los elegidos entre los discípulos inspirados por Dios, el sentido profundo de estos inefables y sagrados misterios, escuchemos la voz divina y sagrada que nos llama con insistencia desde lo alto, desde la cumbre de la montaña.
Debemos apresurarnos a ir hacia allí -así me atrevo a decirlo- como Jesús, que allí en el cielo es nuestro guía y precursor, con quien brillaremos con nuestra mirada espiritualizada, renovados en cierta manera en los trazos de nuestra alma, hechos conformes a su imagen, y, como él, transfigurados continuamente y hechos partícipes de la naturaleza divina, y dispuestos para los dones celestiales.
Corramos hacia allí, animosos y alegres, y penetremos en la intimidad de la nube, a imitación de Moisés y Elías, o de Santiago y Juan. Seamos como Pedro, arrebatado por la visión y aparición divina, transfigurado por aquella hermosa transfiguración, desasido del mundo, abstraído de la tierra; despojémonos de lo carnal, dejemos lo creado y volvámonos al Creador, al que Pedro, fuera de sí, dijo: Señor, ¡qué bien se está aquí!
Ciertamente, Pedro, en verdad qué bien se está aquí con Jesús; aquí nos quedaríamos para siempre. ¿Hay algo más dichoso, más elevado, más importante que estar con Dios, ser hechos conformes con él, vivir en la luz? Cada uno de nosotros, por el hecho de tener a Dios en sí y de ser transfigurado en su imagen divina, tiene derecho a exclamar con alegría: ¡Qué bien se está aquí!, donde todo es resplandeciente, donde está el gozo, la felicidad y la alegría, donde el corazón disfruta de absoluta tranquilidad, serenidad y dulzura, donde vemos a (Cristo) Dios, donde él, junto con el Padre, pone su morada y dice, al entrar: Hoy ha sido la salvación de esta casa, donde con Cristo se hallan acumulados los tesoros de los bienes eternos, donde hallamos reproducidas, como en un espejo, las imágenes de las realidades futuras.
Anastasio Sinaíta, obispo
Del sermón en el día de la Transfiguración del Señor (Núms. 6-10: Mélanges d´archéologie et d´histoire 67 [1955], 241-244)

ALABANZAS DE LA MADRE DE DIOS

 



Tengo ante mis ojos la asamblea de los santos padres, que, llenos de gozo y fervor, han acudido aquí, respondiendo con prontitud a la invitación de la santa Madre de Dios, la siempre Virgen María. Este espectáculo ha trocado en gozo la gran tristeza que antes me oprimía. Vemos realizadas en esta reunión aquellas hermosas palabras de David, el salmista: Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos.
Te saludamos, santa y misteriosa Trinidad, que nos has convocado a todos nosotros en esta iglesia de santa María, Madre de Dios.
Te saludamos, María, Madre de Dios, tesoro digno de ser venerado por todo el orbe, lámpara inextinguible, corona de la virginidad, trono de la recta doctrina, templo indestructible, lugar propio de aquel que no puede ser contenido en lugar alguno, madre y virgen, por quien es llamado bendito, en los santos evangelios, el que viene en nombre del Señor.
Te saludamos, a ti, que encerraste en tu seno virginal a aquel que es inmenso e inabarcable; a ti, por quien la santa Trinidad es adorada y glorificada; por quien la cruz preciosa es celebrada y adorada en todo el orbe; por quien exulta el cielo; por quien se alegran los ángeles y arcángeles; por quien son puestos en fuga los demonios; por quien el diablo tentador cayó del cielo; por quien la criatura, caída en el pecado, es elevada al cielo; por quien toda la creación, sujeta a la insensatez de la idolatría, llega al conocimiento de la verdad; por quien los creyentes obtienen la gracia del bautismo y el aceite de la alegría; por quien han sido fundamentadas las Iglesias en todo el orbe de la tierra; por quien todos los hombres son llamados a la conversión.
Y ¿qué más diré? Por ti, el Hijo unigénito de Dios ha iluminado a los que vivían en tinieblas y en sombra de muerte; por ti, los profetas anunciaron las cosas futuras; por ti, los apóstoles predicaron la salvación a los gentiles; por ti, los muertos resucitan; por ti, reinan los reyes, por la santísima Trinidad.
¿Quién habrá que sea capaz de cantar como es debido las alabanzas de María? Ella es madre y virgen a la vez; ¡qué cosa tan admirable! Es una maravilla que me llena de estupor. ¿Quién ha oído jamás decir que le esté prohibido al constructor habitar en el mismo templo que él ha construido? ¿Quién podrá tachar de ignominia el hecho de que la sirviente sea adoptada como madre?
Mirad: hoy todo el mundo se alegra; quiera Dios que todos nosotros reverenciemos y adoremos la unidad, que rindamos un culto impregnado de santo temor a la Trinidad indivisa, al celebrar, con nuestras alabanzas, a María siempre Virgen, el templo santo de Dios, y a su Hijo y esposo inmaculado: porque a él pertenece la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
San Cirilo de Alejandría, obispo
De la homilía de pronunciada en el Concilio de Éfeso (Homilia 4: PG 77,991.995-996)


𝐄𝐋 𝐌𝐈𝐋𝐀𝐆𝐑𝐎 𝐃𝐄 𝐒𝐀𝐍 𝐁𝐄𝐍𝐈𝐓𝐎

 


San Benito hizo muchos milagros en vida, pero uno de ellos es particularmente llamativo: "salvó a un hombre de ahogarse al convertirse brevemente en otra persona". Un monje llamado Plácido estaba tomando agua del lago, accidentalmente cayó y fue arrastrado rápidamente por la corriente.A pesar de que Benito se encontraba a una buena distancia del lago, milagrosamente supo lo que había sucedido y de inmediato ordenó a otro monje, llamado Maurus, correr hacia el lago para salvar a Plácido.

Cuando Maurus llegó al lago – sin pensarlo- corrió sobre la superficie del agua, agarró a Plácido por el pelo y lo arrastró hasta la orilla.Sólo se dio cuenta de que había caminado sobre el agua después de que él estaba ya de vuelta en tierra. San Gregorio Magno escribe que Maurus “se maravilló y tenía miedo de lo que había hecho.”

Y aquí es donde las cosas se ponen todavía más extrañas. Hablando sobre el evento más tarde ese mismo día, Maurus insistió en que difícilmente había estado consciente de caminar sobre el agua mientras lo hizo.

¿Y Plácido? Él afirmó que la persona que lo había sacado del agua en el medio del lago no llevaba puesta la ropa de Maurus, sino la de Benito. En otras palabras, de alguna manera misteriosa, aunque Maurus había sido el que fue al lago, Benito había trabajado milagrosamente a través de él para caminar sobre las aguas y salvar a Plácido.

FRASES DE SANTA ISABEL DE LA TRINIDAD




He hallado mi cielo en la tierra pues el cielo es Dios y Dios está en mi alma. EP (Carta) 110.

El contemplativo es un ser que vive bajo el resplandor de la faz de Cristo, que penetra en el misterio de Dios impulsado no por la luz que proyecta el pensamiento humano sino por la claridad que produce la palabra del Verbo encarnado. EP 137

Creo que si Él me ha amado tan apasionadamente y me ha hecho tantos favores es por verme tan débil. EP 49.

Mi ideal consiste en ser la Alabanza de su gloria. EP 232. ¿Qué importa estar en el cielo o en la tierra? Vivamos en el amor para glorificar al Amor. Cuanto más cerca se vive de Dios más se ama. EP 53.

Las almas penetran en Dios mediante la fe viva y allí, simplificadas y en paz, El las conduce por encima de las cosas y gustos sensibles hasta la tiniebla sagrada quedando transformadas en imagen de Dios. Esas almas viven, según la expresión de San Juan, en sociedad (Jn. 1,3) con las Tres adorables Personas, en comunión de vida. En esto consiste la vida contemplativa.

Es una contemplación que conduce a la posesión. Ahora bien, esta posesión simple es la vida eterna disfrutada en el abismo sin fondo. Es allí, donde por encima de la razón, nos espera el profundo reposo de la inmutabilidad divina. (Tratados Espirituales, día 4to del Manuscrito “A”)

Las rejas no existirán nunca para nuestros corazones… en el Carmelo el corazón se dilata y su amor es aún más intenso. EP 81. Mirad, en el Carmelo el corazón se dilata y sabe amar mejor. EP 82

Para vencer el orgullo: matarlo de hambre. Mira, el orgullo es amor propio. Pues bien; el amor de Dios debe ser tan fuerte que anule por completo nuestro amor propio. EP 276

¡Oh muerte! Yo misma te llamaría a gritos si no tuviese la esperanza de sufrir y hacer algún bien en la tierra. Yo he hallado mi cielo en la tierra en mi querida soledad del Carmelo, donde vivo a solas con Dios solo. Todo lo hago con Él. Por eso realizo las cosas con alegría divina. Que barra, trabaje o haga oración, todo me resulta encantador y delicioso porque descubro a mi divino Maestro en todas partes. EP 83

Me parece que mi misión en el cielo consistirá en atraer las almas al recogimiento interior. La auténtica unión divina no está en las dulzuras espirituales sino en el desprendimiento y en el dolor. La Virgen me parece más imitable que cualquier santa. Su vida era tan sencilla…

 Cuando se ama, se desea el bien para la persona amada. Presiento que mi misión en el cielo consistirá en atraer las almas, ayudándoles a salir de ellas mismas, para unirse al Señor a través de un movimiento sencillo y amoroso, y conservarlas en ese gran silencio interior que permite a Dios imprimirse en ellas, transformarlas en Él mismo. EP 295

Vivamos de amor para morir de amor y para glorificar a Dios que es Amor. EP 295. 

Todo depende de la intención que se tenga. Podemos santificar hasta las cosas más pequeñas y transformar en divinos los actos más ordinarios de la vida. EP 275

¡Amar! Es tan sencillo… Es entregarse a los designios de su voluntad divina como Él se entregó a la voluntad del Padre. Es permanecer en Él porque el corazón del que ama ya no vive en sí sino en Aquel que es el objeto de su amor. Es sufrir por Él, aceptando alegremente todos los sacrificios e inmolaciones que nos permiten agradar a su Corazón. EP 257

No nos purificaremos considerando nuestra miseria sino contemplando a Aquel que es la pureza y la santidad. San Pablo dice que: el Señor nos ha destinado a ser semejanza de la imagen de su Hijo (Rm 8,29). En los momentos más angustiosos, piense que el Artista divino se sirve del cincel para embellecer más su obra y permanezca en paz bajo la mano que la está labrando. EP 228.

Cuando te aconsejo la oración, no se trata de imponerse una cantidad de oraciones vocales para rezarlas diariamente. Hablo, más bien, de esa elevación del alma a Dios a través de todas las cosas que nos constituye en una especie de comunión ininterrumpida con la Santísima Trinidad, obrando con sencillez a la luz de su mirada. EP 202.

Creo que nada refleja mejor el amor del Corazón de Dios que la Eucaristía. Es la unión, la comunión, es Él en nosotros, nosotros en Él. Y ¿no es esto el cielo en la tierra? EP 165




SALMO 103: HIMNO AL DIOS CREADOR

 


Salmo 103-I:

Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.

Extiendes los cielos como una tienda,
construyes tu morada sobre las aguas;
las nubes te sirven de carroza,
avanzas en las alas del viento;
los vientos te sirven de mensajeros;
el fuego llameante, de ministro.

Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacilará jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas;

pero a tu bramido huyeron,
al fragor de tu trueno se precipitaron,
mientras subían los montes y bajaban los valles:
cada cual al puesto asignado.
Trazaste una frontera que no traspasarán,
y no volverán a cubrir la tierra.

De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
en ellos beben las fieras de los campos,
el asno salvaje apaga su sed;
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 103-II:
Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda;
haces brotar hierba para los ganados,
y forraje para los que sirven al hombre.

Él saca pan de los campos,
y vino que le alegra el corazón;
y aceite que da brillo a su rostro,
y alimento que le da fuerzas.

Se llenan de savia los árboles del Señor,
los cedros del Líbano que él plantó:
allí anidan los pájaros,
en su cima pone casa la cigüeña.
Los riscos son para las cabras,
las peñas son madriguera de erizos.

Hiciste la luna con sus fases,
el sol conoce su ocaso.
Pones las tinieblas y viene la noche,
y rondan las fieras de la selva;
los cachorros rugen por la presa,
reclamando a Dios su comida.

Cuando brilla el sol, se retiran,
y se tumban en sus guaridas;
el hombre sale a sus faenas,
a su labranza hasta el atardecer.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Salmo 103-III:
Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tus criaturas.

Ahí está el mar: ancho y dilatado,
en él bullen, sin número,
animales pequeños y grandes;
lo surcan las naves, y el Leviatán
que modelaste para que retoce.

Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo:
se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian de bienes;

escondes tu rostro, y se espantan;
les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras,
cuando él mira la tierra, ella tiembla;
cuando toca los montes, humean.

Cantaré al Señor mientras viva,
tocaré para mi Dios mientras exista:
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.

Que se acaben los pecadores en la tierra,
que los malvados no existan más.
¡Bendice, alma mía, al Señor!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

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